martes, 19 de agosto de 2025

 

EL DIA DEL GLORIOSO SAN BERNARDO EN FUENTESOTO AÑOS HA CUANDO BAJABAMOS A LA ROMERIA DE SACRAMENIA

 




















SAN BERNARDO ABAD, EL CISTER, SACRAMENIA HONREMOS AL GRAN ABAD DEL ROMANICO

 

Alcanza su zenit el verano cuando los días van acortando. La trilla y la siega acabaron pero aguardaba la vendimia. Hoy 20 de agosto.

Íbamos mi abuelo Benjamín y yo tal día como hoy a uno de los majuelos, el de la cuesta del hoyo Castrillo por donde la fuente Colorada, de su propiedad a ver las cepas y alegre y ceremonioso atentaba debajo de las hojas de aquella uva aragonesa que daba un tinto superior:

─Están pintonas

Quería decir honremos a Baco que nos da el mejor mosto de Castilla la Vieja y los racimos generosos colgaban de la rama ya no siendo verdes sino moradillos. 

La cosa iba buena, había que ir preparando los lagares de octubre. Endespués reunía a todos sus nietos (Agustin, Maudillo, la Rosario, Lidia, Pedrico, Salva y yo) y nos montaba en el carro. Los machos el Cordobés y el Noble bien recuerdo los nombres de la pareja de mulos bajaban la cuesta de San Vicente dejando la ermita románica atrás más contentos que unas pascuas.

 El abuelo les ponía cascabeles en la collera y tira millas, una hora de camino y de pronto avistábamos los muros del monasterio de santa María de Sacramenia. Llegábamos a misa. 

Los curas de las parroquias de la contornada hacían misa solemnes en latín, tantos kyries, tantos credos, tantos gloriapatris, ¡cuánta belleza y devoción!. 

Después la romería y los cohetes, el baile, las garrapiñadas de Alcalá, algún humilde juguete para entretener nuestros ocios aldeanos. Éramos niños tristes y éramos niños alegres a la vez. Arriba la banca. 

Los mozos hacían corrillos alrededor del Tío Bigotes el del mandil y se gastaban los cuartos en aquel tenderete trolero cuando no les veía la Benemérita.

 Los guardias se quedaban mirando a las parejas y si algún mozo se arrimaba a la novia más de la cuenta el cabo decía que corra el aire.

 El tambor, la gaita y el caramillo habían sonado en aquel redondel delante de las puertas del cenobio desde siglos. 

En mi infancia tuve la suerte de asistir a una romería medieval. El abuelo volvía contento después de los traguillos y de las parladas que había tenido con los de su cuadrilla y los que eran de su quinta. 

Él estaba muy orgulloso de ser de la quinta del rey Alfonso XIII (1886). 

Y decía que su padre Toribio se libró de ir a la guerra de Cuba por ser hijo de viuda. El regreso a Fuentesoto era cuesta arriba y tardábamos algo más que a la ida cuando ya los luceros tachonaban las altitudes del empíreo y las mujeres salían a recibirnos para vernos llegar sin dejar de mirar para arriba.

 En el cielo de las noches de agosto “lloraban las lágrimas de san Lorenzo”.

─¿Qué nos traéis, padre ─decía mi tía Paulina cuando desuncíamos bajo el bardal de la portada

─Garrapiñadas de Alcalá y un “sí, señor, y un mande usted”

─¿Había mucha fiesta?

─Algo había─ decía Benjamín que era hombre de pocas palabras y de menos explicaciones

Ahora que lo pienso cuando han pasado tantos años recuerdo con devoción grande a aquel abad francés que fundó la orden del Cister y propagó por Europa la devoción a María. 

Era la regla del ora et labora, los cantos de vísperas en monasterios edificados en valles nemorosos apartados donde era más fácil el encuentro con Dios y con la naturaleza. 

Yo he sido un poco cisterciense a lo largo de mis días y suelo rezar el “Acordaos” que aquel monje nos enseñó cuando no trasegué más de lo que cumple el dulce vinillo el cual a cultivar él nos enseñó. Glorioso san Bernardo, siempre fuiste santo de mi devoción.

 Mira para Europa destruida. Llegue a ti nuestro clamor.

 

miércoles, 20 de agosto de 2025

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