martes, 14 de octubre de 2025

 HACIA OTRO 98 con LA DESTRUCCIÓN DE ESPAÑA.


 

PROLOGO

 

Castropol es una villa marinera del sector occidental de la marina asturiana casitas blancas sobre los recuestos muchas de ellas cerradas algunos palacetes y en lo alto al lado del casino a través de una carretera bordeada de tamarindos y arces se llega a una plazoleta. Allí se eleva el único monumento a los héroes de la batalla naval que tuvo lugar aguas adentro de la bahía de Santiago el 3 de julio de 1898 cuando la flota española fue cañoneada y destruida por la poderosa escuadra yanqui. La nave “Victoria” capitana echada a pique pudo sin embargo salvarse su capitán el almirante Cervera a bordo de un esquife. Los jóvenes nunca oyeron hablar de la gesta del puñado de españoles que tuvo el arrojo de enfrentarse a la escuadra de los Estados Unidos. Se borró la memoria. Nuestros chicos en las universidades de nueva planta sólo leen libros en inglés. Nuestra gloriosa historia fue puesta en manos anglosajonas. Hay un enemigo interior y otro exterior caballos de Troya que anuncian el “finis Hispaniae. This is the end. Yo escribo desde la perplejidad, el duelo, la consternación y la sátira. ¿Cómo hemos podido legar a este estado de cosas? A la fuerza estábamos abocado a este segundo 98 como conclusión de una política autodestructiva que ha desterrado de nuestras aulas el estudio del castellano y de las lenguas románicas que ha sido reemplazado por jergas y dialectos variopintos de lenguas vernáculas desaparecidas o extinción que los enemigos de la patria han tratado por todos los medios desde la constitución del 78 de resucitar. Ha sido un programa de aniquilación sistemática de una cultura y de los valores de un país y en este deletéreo juego la masonería, los judíos y la marranería conversa, tan obstinada e inflexible, ha tenido mucho que decir. Ha sido por interpuesto a través de enejes, campañas de grandes consignas y un control sin precedente de los medios de comunicación que se ha llevado a cabo la desespañolización y el aniquilamiento de una vieja cultura. La bestia sin embargo nunca da  presencia. Y si echas en cara a un miembro de la logia tales gatuperios seguro que se rasgará las vestiduras, te llamará nazi y conspiranoico. Al igual que en el evangelio a los que defienden la verdad española les ponen la túnica de locos como hizo Herodes cuando le fue enviado Jesús por Pilatos para que lo juzgara. Son muchos los partidarios del bando de Nicodemus el cual sólo seguía los pàsos de noche propter metum judeorum (por miedo a los judíos). En los años setenta al final se hablaba de una “democracia de papel”, en 2018 había que hablar de una democracia de las ondas hertzianas. Son los tertulieros bien pagados a precio de oro y los que aparecen en todas los medios de la radiodifusión los que marcan pauta, dan doctrina, sientan cátedra y los que parten el bacalao comentando lo que hacen y dicen los políticos hasta la saciedad. Es una serpiente de verano que se repite más que el ajo las mismas situaciones idénticos compromisos. Una saga de tautologías a gran escala. No obstante, los tertulianos del comité todas las horas andan buscándole los pies al gato. En esta entrega van artículos subidos a la Red o publicados en algún periódico de provincias a lo largo de varios lustros. Los he reunido en antología. He querido verlos en papel. Muy eclécticos en sus temas pero unidos por una idea que fluye como eje de marcha a lo largo de estas páginas: la defensa de nuestra cultura. Una entrevista que tuve ern Londres con Alcazar de Velasco cuando me dijo "oye chico, el futuro de españa es la marranería" me brindóo tirulo para este texto. Me he mirado en el espejo de los clásicos. ¿Es esto un pecado? De esta forma quiero rendir loores a mis héroes.

 A Fernando Villaamil que comandaba la fragata “El Furor” no le cupo la misma suerte, pereció en el ataque con toda su tripulación. Cervera los americanos le rindieron tributo de héroe y fue repatriado a España. El capitán Villaamil era asturiano de Serantes otro enclave marinero a escasos kilómetros de Castropol. Sabía de antemano dada la superioridad del enemigo que zarpaba hacia la muerte. Escribió antes de morir a la Reina María Cristina en el cual le declaraba su amor, su fe en la patria y el alto concepto que tenía de su misión. Para él la muerte era un acto de servicio. Decía: “Majestad, despliego el pabellón de combate del “Furor” pero mi fragata no se rinde”. Toda una vida en la mar. Estaba familiarizado con esa muerte que acecha al marino, esa soledad, ese espíritu e sacrificio y muchas veces había escuchado ese ruido sordo del serviola que trepa por la escala hasta la cofa y un golpe de viento lo hace caer inerte sobre cubierta. El capitán Villaamil no era muy alto de estatura de tez trigueña ojos azules y un espíritu del humar remarcado que le hizo ser muy querido por la tropa de los buques en los que sirvió. Todo un contraste con el gaditano Cervera más andaluz, más serio y distante. Los dos aun perdiendo aquella guerra que estuvo jalonada por la explosión del “Maine” (el primer auto golpe atentado terrorista, pretexto para declarar la guerra a España a la que acusaban de la trama) y las infamias y mentiras organizadas por los periódicos de Randolph Hearst) salvaron el honor de la patria quedando limpio e impoluto el pabellón de su honor. En Cuba y en Venezuela dos países en los cuales se sigue queriendo y admirando a España se los venera como héroes. Subo y bajo por las estrechas rúas de Castropol que me recuerdan algo a Cartagena y tienen algo de la melancolía habanera entre brisas y sonrisas cantabras. Pregunto a la funcionaria de correos si sabe donde queda el monolito a los héroes del 98 y no me sabe dar respuesta puesto que no es de aquí. A lo largo de los últimos cuarenta años se ha borrado la memoria, a nuestros héroes y nuestros hechos históricos se les ha dado de baja. Me estremezco al recordar las declaraciones de la alcaldesa de Barcelona Ada Colau que tampoco sabía quien era Cervera. Mandó quitarle la calle que llevaba su nombre en Barcelona cuyo puerto fue la base de operaciones de la larga guerra de Cuba. Muchos de los marinos y de la tropa que iba a pelear a la manigua llevaban en vez de gorra una barretina catalana. Los mambises pagados por los Estados Unidos lucían por bandera una “señera” franjas amarillas sobre franja azul y una estrella que es hoy también la bandera de Cuba. Por eso la ignorancia de la alcaldesa que tacha al gran marino español de “fascista” cuando aun ni Hitler ni Mussolini habían asomado la oreja me entristece y me repugna. Pero es algo muy de hoy. Hubo una cesura, se completó la interrupción más dolorosa de nuestros anales. La historia de España se ha interrumpido. Y yo acuso a las logias en este libro “Cataluña, los Judíos, la Marranería y otras historias” de haber orquestado una campaña siniestra, muy hábil por lo engañosa, fatídica y prolongada en el tiempo para dar al traste con la nación más antigua del continente europeo. Fuimos paladines de la cristiandad y por lo visto eso no se nos perdona.   

Estos textos evidencian mi preocupación por el alzamiento de Cataluña ▬ rebelión en la Granja pariando a Orwell ▬ que va a suponer un nuevo 98 y la destrucción de España a través de lo que llaman las Fuerzas Oscuras que no creen en la historia por serles adversa y adoptan los postulados de la misma que les conviene, “shafirot” esto es memoria o, si se quiere memoria antihistórica y contra la historia. Se trata de una larga serie de artículos escritos durante las ultimas dos décadas de un periodista perseguido a causa de sus ideas por la Nueva Inquisición. Cajón de sastre "et de omni re scibili". Esto es: tratan de todo, máxime, al albur del impase se la crisis catalana que, al suponer la fractura y liquidación de estos reinos, abocarían al colapso de esta vieja nación.  España atraviesa por la más grave crisis de su existencia como nación. De ahí el título de Quo vadis, Spain. George Orwell ya profetizó esta impase en sus novelas “1984 y La Granja de los Cerdos.  Los textos son recopilaciones de artículos firmados por mí en la Red durante casi tres décadas. Gracias a Google y a Facebook, puedo dar a la estampa estos textos pero no me fio demasiado. Las rerdes más que información son un instrumento de control. Huelgome de decir que Internet me ha hecho de mí un escritor vigilado por el Gran Hermano que trabaja gratis et amore por la causa de la verdad en el marco de un sistema totalitario con visos de demócrata. En medio de esta feria de vanidades y de progroms de la intelectualidad. Pretenden hacer una gran hoguera quemando las bibliotecas donde se guardan testimonios hostiles al sistema. Vivimos una verdadera noche de los cristales rotos y de persecución de todo aquello que signifique excelencia y no comporte grandes cantidades de mierda y vulgaridad. Gracias, con todo y eso a Guillermito Puertas, y gloria a ti, Zuckerberger. (Montañita de Azúcar).

La digitalización espolea a los escritores a ponerse sobre las cuartillas, conforme al mandato horaciano de “ningún día sin un par de líneas” y a ser partícipes de una inquietud que se ha hecho universal. Vivir sin vivir en mí lleno de curiosidad y deseos de conocer. Al propio tiempo cabe el peligro de caer en la marabunta de la información en torrente que nos desinforman paradójicamente e incomunica. Es el síndrome de la torre de Babel y del mito de Prometeo. Como todo el mundo escribe, nos estamos quedando sin líricos y, cambiando el oro por oropel, reemplazamos a los periodistas, por contertulios de la tele y politólogos por los poetas. Está en marcha una campaña contra la estética. La Red es, a la par que el gran guirigay, un arma de control y de espionaje. Aunque no sé si va a ser posible ponerle puertas al campo. El mundo va tan acelerado que corre el riesgo de un estallido. Todo pasa y se consume en medio de una avalancha de feroces actualidades que se olvidan a la mañana siguiente. El lector creo que en este baúl de crónicas, artículos, reportajes, cuentos y vivencias, en este revoltijo, podrá encontrar alguna perla. No se aburrirá; estoy seguro. Y, con el afán de ese hallazgo, publico y doy a la estampa estos textos.


domingo, 12 de octubre de 2025

UNA OLMA MILENARIA

 

 La olma que había frente a la iglesia pueblo tenía más de dos mil años. Había sido plantada por los soldados de Trajano (la historia hace nacer a dicho emperador en Pedraza) que era un poco paisano nuestro y era mayor que la de Pedraza, un redondel su tronco de cerca de quince metros que no la abarcaban veinte paisanos, cuyas raíces desde el arroyo circundante se extendían por todo el pueblo desde la casa curato a la pobeda. La olma allí estaba siempre mirándonos, impertérrita, augusta, siglos y siglos, contemplando el paso de generaciones. Sus ramas florecidas se extendían por los lados a manera de grandes candelabros protectores. Los niños de la aldea trepábamos por el tronco hueco, nos sentábamos, echábamos risas y jugábamos a la malla. Sus ramas crecían hasta tocar la punta de los aleros y las raíces reptaban subiendo la ladera del calvario donde estaba el camposanto. La quima formaba un corro donde se sentaban a tocar la gaita y el tambor en las fiestas patronales. Y algunas veces se celebraban los concejos. Había sido plantada seguramente en tiempo de los romanos. Y esto no son conjeturas sino probabilidades porque aquel villorrio en una esquina de la provincia de Segovia estaba emplazado dentro del itinerario de Antonino. Fuentesoto, al pie de una fuente salutífera que manaba un chorro ingente de agua calda por el invierno y muy fría por el verano, debió de ser un vivaque o manor donde descansaban las legiones que iban desde Astorga a Uxama. Al recordar aquel árbol de mi infancia se me caen las lágrimas porque su tronco y sus raíces guardaban el polvo de las crepidas o botas militares de las acies de Roma y vieron pasar a los guerreros moros que arrebataron el castillo a los visigodos y después a los Tercios de Flandes. Más tarde, a los guerrilleros que lucharon contra la francesada. Aquella era la tierra del Empecinado. De últimas, se había venido diciendo que nuestra raza viene de los judíos; creo que se trata de una tesis poco segura y sin base histórica. Algunos debieron de morar en Sepúlveda y Sacramenia y Riaza que estaban cercanos pero por lo general los rasgos faciales de nuestros antepasados no eran israelitas. Éramos tierra de frontera. Estábamos en una linde. Al otro lado de la cordillera era ya tierra de moros. Se fundieron las razas. Esa simbiosis misteriosa de judíos, moros y cristianos que conforma ese enigma nacional que es España. Los musulmanes allí apercibidos tras la conquista del valle del Duero fueron bien recibidos, se asimilaron, aunque conservasen algunas de sus viejas costumbres venerables, trabajaron la piedra de las iglesias románicas y nos enseñaron a regar las acequias de la vega. Todos los alarifes y los molineros de las aceñas eran moriscos. Pienso que esta exaltación del judaísmo, ahora todos los españoles quieren venir del pueblo elegido, no es más que una entelequia propagandística pues siempre habrá que estar con el poder. Somos godos, provenimos de los vacceos. Somos numantinos, indomeñables, gente difícil, acostumbrados al sufrimiento, guardadores de las viejas tradiciones cristianas y de los santos del calendario. El año 53 fue talada aquella olma cuando pusieron el coche línea Peñafiel-Madrid. Un sacrilegio biológico que quizá anunciase los terrores del milenario: las aldeas vacías, la despoblación del campo y la emigración a las ciudades. Pero los iberos somos así de recios. La España carpevetónica desprecia cuanto ignora y prefirió subirse al carro de heno del progreso. Aquel ulmáceo creo que era el más antiguos de Europa, divinidad maternal que guardaba el secreto de los antiguos dioses protectores del pueblo. Allí me mandaron mis padres los veranos, una boca menos porque entonces no había. Yo era un niño frágil tierno, crédulo y muy guapo. Las vecinas del barrio de San Andrés Puerta del Socorro lindante con la judería vieja donde nací me comían a besos. ¡Qué niño tan guapo tiene usted, señora Juanita! Ya ves, mis padres me mimaban demasiado por ser el primero y por haber venido después de una hermanita, Henar, que murió a los tres meses de meningitis el año 41. Yo era un niño triste, ingenuo,  de mirada reconcentrada al que le gustaban los libros. Una de las primeras fotos que conservo aparezco con un libro en la mano. Estaba sellado mi destino, he de decir, lo que son los genes, mi nieto Pelayin es también muy guapo, creo que más guapo que yo y menos triste y más simpático. Iba a un colegio de pago, las Jesuitinas y allí aparecieron los primeros signos de rebeldía que me persiguieron toda la vida. Escribía con la zurda y la monja sor Josefina me ataba la mano a la silla para que escribiese con la derecha. Demasiado crédulo e inocente, algo soñador, pensaba haber venido a un mundo hermoso y agradable donde no existían traumas ni dolores ni pecados. Donde no existían ni los perdedores ni los malos. Cuando me mandaron al pueblo “a tirar varetas” el contraste fue cruel. Antoñito, espabila y llevo sin espabilar toda mi vida. Por eso me las dieron todas en un carrillo. Los muchachos aldeanos se reían de aquel pobre niño de ciudad. Le hacían toda clase de perrerías y aprendí sin utilizarla una palabra que está ahora muy de moda: bulling. Papá y mamá cerraban la casa y se llevaban con ellos a Javi el preferido de mi madre, el más simpático. Papá tenía una comisión como instructor de reclutas del Campamento de Robledo. En tal comisión de servicio enseñaba a los estudiantes de la IPS que hacían una mili especial y salían de sargentos y de alférez. Robledo era un paraíso a la sombra del Peñalara contiguo y al pie de la Granja de San Ildefonso. Más de diez mil tíos (quince bajo la lona se reunían en aquellas chabolas en aquellas chabolas circulares Robledo era el Grafenwohr español). Había  los domingos unas misas de campamento impresionantes en el Llano Amarillo. Recientemente fui a visitarlo y se me cayó el alma a los pies. Crecían zarzas cerca del sagrario donde se exponía el Santísimo y el cristo de la buena muerte había sido profanado. Era un tiempo triunfal que nada tiene que ver con la tristeza y el egoísmo de ahora pero en fin, corramos un tupido velo porque tras de tiempos vienen tiempos. A mí me sacaban billete en el Gutiérrez el coche de linea que hacía la ruta Segovia-Aranda de Duero. Mi abuelo Benjamín me estaba esperando en el empalme de las Suertes Viejas con el carro. Uncidos al yugo del carro de mi abuelo tiraban dos mulos. Uno el “Sevillano” y el otro el “Noble”. Este último tenía poco de su nombre porque era mohíno y más falso que Judas; en una ocasión a tía Paulina la tiró una coz que por poco la deja sin nariz cuando fue a hacer pis a la cuadra. El cambio fue traumático, insisto. Fuentesoto me hizo abrir los ojos y contemplar las contrariedades, injusticias y arbitrariedades de la vida No había leche y nos alimentábamos de pan y cebolla. El abuelo Benjamín era otra cosa, pese a la pobreza y a las carestías de aquel tiempo. No había seguridad social y cuando el abuelo enfermó de la próstata hubo que vender algunas tierras para pagar al cirujano del Hospital de la Misericordia. Quedó mal y sufrió muchísimo. “Tengo muchos dolores hijo es como si un mastín me ahincase los dientes en la rabadilla”, me decía el pobre. Los chicos de mi edad eran paupérrimos. Calzaban albarcas y peales como los romanos. Cuando me acanteaban, volvía a casa por los pantalones rotos por la culera y el peto con unos retales que me hizo la tía Dominica con un mono de soldado con un tirante fuera. No se me olvida: la experiencia más traumática y cruel que padecí un verano fue cuando el Rufino un gañán con la cabeza abombada que odiaba a mi padre por ser militar y toda su familia era de izquierdas me azupó su perra, era un cánido color marrón y los ojos fulgurantes que me mordió el culo y parte de los tobillos, volví a casa llorando con el pantalón roto y sangrante. Aquella maldita perrita ratonera atendía por el nombre  de “Maula”. Toda la vida se me representa aquella perrita enana de color canela ahincando sus dientes en mis calcaños. Fue en la era del Tío Monago. Desde entonces tengo pavor a los perros. Las risotadas que se daba el Rufino en la era de Maudillo se me quedaron grabadas. En el infierno deben de resonar eternamente estas carcajadas satánicas que fue tan vil como incitar a la Maula  a que mordiera en el trasero a un niño de siete años. A pesar de los sufrimientos y humillaciones que padecí en aquel pueblo de Fuentesoto tan feroz yo seguí amando aquel lugar que fue el escenario de mis primeras correrías infantiles, añorando sus piedras románicas, y la olma triunfal que fue derribada para dar paso al Albarrán, un verdadero sacrilegio ecológico. La venalidad de aquellos pueblerinos, sus mofas, sus carcajadas me enseñaron una cosa: hay dos Españas

viernes, 10 de octubre de 2025

POBRE STELLA MUJER MALTRATADA POR SU AMANTE

 


 

ME QUISIERON DAR POR CULO. MENUDA EXPERIENCIA...

 PRIMER VIAJE A LONDRES

 

El año 1964 con veinte años cumplidos el preuniversitario aprobado y en segundo de Comunes con una carta de trabajo para ir a un campo a la recolección de fresas y ciruelas (strawberries and plums) y un diccionario Collins de bolsillo en mi macuto tomé el expreso de Hendaya. El tren iba atestado. Días antes, en el Bernabeu Marcelino había marcado el famoso gol a Rusia, Yasin bajo los palos, la "Araña Negra", que se interpretó (erroneamente) como un desquite por los agravios de la guerra civil, pero España vivía un ambiente de euforia y optimismo mirando con tranquilidad hacia el futuro.  Se celebraban los XXV años de paz por todo el país. 

Eran multitud los estudiantes españoles que habían escuchado la voz de Shakespeare. En el andén sonrisas y lágrimas y pañuelos de despedida. Bajo la alta mampara de la estación de Príncipe Pío me parece que se repitieron escenas como las vividas cuando la expedición de la División Azul se puso en marcha para ir a Rusia. “Abrígate, no cojas frío”─ qué anacronismo estábamos en pleno junio─ “No bebas mucha cerveza”, “Reza tus oraciones de la mañana y de la noche”

─Sí, mamá.

─A ver qué hacemos, cuidado con las inglesas.

─Sí, papá.

─Escribe pronto.

─En cuanto llegue.

Muchos de nosotros íbamos a la aventura. En los planes de segunda enseñanza dábamos francés pero el inglés se estaba imponiendo. Era el idioma del futuro a pesar de Blas de Lezo, la Invencible, y a pesar de Gibraltar, oh Gibraltar, tú la espina clavada en suelo español. La lengua de Milton había que aprenderla por cojones si se quería ser algo en la vida. Habíamos sido un pueblo germanófilo y francófilo pero nos estábamos pasando al campo de nuestro enemigo histórico y la culpa la tuvo Franco que el 17 de julio de 1936 estando en Tenerife se fumó la clase de inglés con una profe particular que se llamaba Miss nosécuantos, por causa mayor. Se preparó la gorda.

 En adelante Franco, un anglofilo de siete suelas, siempre padeció de esa merma, que era un complejo de inferioridad inherente a nuestras clases dirigentes. Tardamos casi un día en llegar a París y allí hacer transbordo desde la estación de Austerlitz a la Gare du Nord. 

No tuve dificultades porque los franceses son cartesianos, optan por la línea recta mientras los anglos prefieren la línea curva. El inglés es sinuoso de por sí. Por eso no me perdí en el metro parisino mientras en el londinense me costaría verdaderas lágrimas de desolación coger el tubo que me llevó a las chimbambas dando vueltas por la Circular Line con mi macuto a cuestas. Mi padre me había sacado del cuartel un macuto de campaña, botas militares y pantalón caqui. La gente me miraba como si fuese marcando el paso. Un mozo del pueblo de Fladbury donde yo llegué le escuché decir con sorna:

─Here is the Spanish Armada again (Aquí están los españoles de Nuevo)

─Esperemos que sir Francis Drake termine su partida de bolos para darles una paliza.

Bajé la cabeza, humillado. Yo preguntaba dónde estaba la estación de Paddington pero nadie me entendía y ¡yo que me ufanaba de saber hablar la lengua del imperio¡... Gotas de sudor y de lágrimas caían sobre las páginas de mi diccionario Collins. 

Aquel día lloré más que nunca. Nadie me entendía, ni me ayudaba. Me puse a rezar acurrucado en el extremo de un vagón pidiendo a la Virgen que me ayudara a encontrar el camino de regreso pues maldita la hora que había yo avistado los blancos acantilados de Dover. Quiero irme a casa. Sin embargo, después de casi dos horas de andar perdido en el subterráneo avisté un cartel que ponía Paddington. Hacía un calor bochornoso. Lo que más me llamó la atención fue el olor de Londres así como la homogeneidad de los rostros impávidos, el goteo de las pisadas apresuradas, la inmensidad de aquella urbe que olía a zotal y a ropa vieja.

 Me senté en un banco y ya dispuesto a pasar la noche tendido sobre la madera con el macuto de mis pertenecías  por  cabezal, cuando escucho a alguien que me hablaba en español:

─Hola

─Buenas.

─Me llamo Pablo, soy de Madrid. Vine a Londres y trabajo de friegaplatos y ¿tú?

─A Evesham a un campo de trabajo en Worcester. Perdí el tren y el próximo convoy no sale hasta mañana a las diez.

─ ¿Tienes habitación?

─Dormiré echado aquí a la luna de Valencia.

─No se puede. Te detendrá la poli. Si quieres, yo tengo un sitio en mis lodgings. Puedes venir conmigo a mi posada. No te cobraré nada. Es gratis.

No encontré sospechosa la propuesta de Pol. No quería que le llamase Pablo en español. Pol a secas. Que me ayudó a portar mi pesado equipaje sin asustare del estruendo de mis botas de artillero que taconeaban con estruendo por el malecón.

─Bueno vamos.

En ese momento pasó una niña jamaicana de madre negra y padre blanco, mezcla de razas. Londres era ─iba a ser, estaba siendo con la pérdida de las colonias─ un melting pot. El padre iba leyendo un periódico sábana “News of the World” y estaba entrando en agujas una máquina de vapor. Por la ventanilla se asomaba un fogonero rubiales con la cara tiznada de carbón. El tren era el mixto de Cardiff. Gales siempre estuvo en mi imaginación. Era la patria de Tom Jones.

Mi huésped vivía dos calles más arriba, un cuartucho interior en sótanos que compartía con otros estudiantes. Baño no lo había y había que mear en un sillico. Mientras meaba y me desnudaba el tipo se quedó mirando, una mirada de lascivia que no había visto yo nunca. Esos ojos me hacían daño y le pedí que se volviese de espaldas mientras yo evacuaba mi vejiga. No hizo caso. Se abalanzó de pronto sobre mí queriéndome besar.

─Túmbate ahí y yo te digo cositas.

Santo Dios. Pegue un brinco que debió de despertar a todos los huéspedes. El landlord bajó del piso de arriba en paños menores con una linterna mientras yo chillaba con toda la fuerza de mis pulmones:

─No por Dios. A mí maricones.

Me vestí como pude y salí de estampida regresando a la estación con mi macuto a cuestas y con mis estruendosas botas del ejército español que a esas horas de la madrugada quebrantaban el silencio de la capital inglesa. Taconeaba con rabia como diciendo adonde me habré metido.

 Paseando junto a un furgón de correos y con las manos puestas en las posaderas no fuera a regresar aquel infame maricón transcurrió toda la noche hasta que tomé el tren de Fladbury. Mi entrada en Londres no fue nada triunfal pero la voz de Shakespeare me llamaba y unos ojos acariciadores me miraban en la lejanía. Eran los de la Suzi. Mi primer encuentro con la gran metrópoli donde pasaría después los años más deliciosos de mi juventud no pudieron ser más torpes. 

Lo mismo que el postrero cuando traté de trabar contacto con mi hija Helen y un ucraniano quiso matarme con una flecha de jugar a los dardos. El primero no encontró el ojo del culo y el segundo no atinó a la cabeza porque mi ángel de la guarda puso la mano.

El campo de trabajo de Fladbury era un verdadero Lager o campo de concentración, un invento de los ingleses en Rhodesia, maloliente, los camastros atestados de piojos y de chinches donde nos mataban de hambre. Lo mejor era el desayuno, palomitas de maíz y té azucarado, mientras sonaba en el comedor la música de los Beatles. Escuché allí a los Beatles por primera vez cantando por los micrófonos de la BBC. 

Soñaba con tener novia, aquellas ojizarcas minifalderas pero a los operarios de los campos de trabajo no nos dejaban entrar al baile y a la puerta de los pubs había un cartel que ponía vedandonos la entrada a los temporeros: “no dogs and strawberry pickers allowed”.

 Aquellos campos eran la tierra de Shakespeare.  Stradford upon Avon estaba a tiro de piedra de Evesham. Había un parque detrás de una iglesia gótica destruida por  los puritanos de Cromwell donde, tendidos en la hierba, las parejas se arrullaban y hacían el amor. 

Como comía poco, yo estaba muy cansado y enflaquecí. Era un trabajo a destajo. Llenabas una cesta y te daba el capataz un chelín. Tantas cestas tantos chelines. Había un español  estudiante de de Salamanca, un tal Conejo, que era un pícaro y a veces en cada cesta que llenaba introducía una piedra por debajo. A veces colaba, y a veces no. Todos envidiábamos a un alemán llamado Gunter que era una verdadera máquina. Mientras nosotros tardábamos una hora en la recolección de frambuesas, él acababa el recipiente de llenarlo en unos minutos. 

El maldito Conejo que, aparte de mal educado era un golfo, al salir la conversación sobre la segunda guerra mundial y el tema Hitler  le dijo a Gunter a la cara que a él el Fuhrer le tocaba los huevos. Dicho esto, el alemán tiró el cesto de las fresas,  se arrojó al suelo y empezó a gritar y a darse golpes contra el suelo con la cabeza. Más que llorar berreaba. Se produjo un escándalo. Vino el warden o guardián que había sido sargento mayor en la infantería británica, superviviente del desembarco de Normandía, y empezó a consolar al muchacho, un detalle de la tradicional compasión británica. 

Por lo visto Gunter había perdido a su padre y sus dos hermanos en la Wehrmacht y su madre pereció en el bombardeo de Dresde. Para mí fue lo más desagradable de aquella peripecia: la maldad de mi compatriota y la bondad del guardián del Lager. A los pocos días pedí la cuenta y tomé las de Villadiego camino de París. Esta vez no me perdí en el metro de Londres y dije adiós a los blancos acantilados de Dover a toda prisa. 

No sabía yo entonces que haría aquel camino de ida y vuelta a lo largo de mi vida  bastantes veces, porque he de decir con Graham Green (título de una de sus novelas) “England made me”. Es decir: que mi carpintería mental fue construida con madera inglesa

 

jueves, 2 de octubre de 2025

 

el peor diablo es ababdon el que tienta a los judíos. Tiene a los sionistas entre sus manos

 CUELGO LA SOTANA

Aquella década de mediados de los cincuenta, yo era latino, fue un tiempo de ilusión clerical, era yo un seminarista fervoroso que trataba de no mirar para las chicas aun cuando la Mary la hija del maestro armero me traía por la calle de la amargura, dejé de jugar con ella a la pídola y cuando la veía echaba mano al cilicio que me mandó poner mi director espiritual en la región lumbar y formulaba una jaculatoria:

─Señor, antes morir que pecar

Pero pecaba con los ojos, con la mano, con el hocico, con toda mi carne enfurecida. Un descuido. Me venía la imagen de sus bragas saltando sobre mí cuando yo hacía de burro y zas. Como sentía escrúpulo después de cometer aquel pecado mortal, y me daba vergüenza ir a confesar mis trasgresiones de la pureza tenía que bajar al Parral. Allí un fraile jerónimo, fray Paja, administraba el sacramento de la penitencia a los seminaristas que se la meneaban. Era un penitenciario de manga ancha pero algo sospechoso de mariconería. Hacíamos cola ante el confesonario de fray Paja y las confesiones duraban la tira, se arrimaba todo lo que le permitían las reglas, yo percibía el aliento apestoso y el cerquillo de su cabeza rapada tocando mi frente. Parecía que en vez de ir a reconciliarte con Dios bajabas a la alameda que así se llamaba el lugar bellísimo donde se emplazaba el monasterio mandado construir por don Enrique de Villena (ni palabra mala ni obra buena) en el siglo XV. a bailar el tango. 

Los periódicos traían noticias del concilio y hablaban del papa buena San Juan XXIII el cual a posteriori se comprobó que no era tan bueno ni tan santo. El Vaticano II iba a ser el viaje a ninguna parte, una tarjeta de auto demolición de la iglesia que yo amaba. Fuimos los últimos de las misas en latín, la hermosa liturgia que había inspirado la devoción y el recogimiento durante siglos se fue al carajo. Todos decían que era necesario el idioma vernáculo para entender los ritos. Sin embargo, suprimido el misterio de lo sagrado y secularizada la religión católica, con el anhelo de ponerse al día, los seminarios quedaron vacíos, a las iglesias no iba nadie y las parroquias se quedaron sin curas. Hubo una fuerte pugna entre tradicionalistas y aperturistas que ganaron estos últimos. Mi corazón se llenó de tristeza viéndolas venir. Cuando empecé los cursos de Filosofía noté que mi vocación flaqueaba pero seguía los veranos ayudando a misa al cura chiquito, el coadjutor de don Benito, el párroco de Santa Eulalia, poniendole la banqueta a la hora de alzar, acompañándole en sus paseos largos hasta Baterías con el deán Fernando Revuelta, el bibliotecario don Cristino canónigo pertiguero y bibliotecario que me hablaba de los tesoros bibliográficos guardados en la catedral de Segovia en particular partituras musicales. El tercero de la terna era el beneficiado don Benedicto que era un alma de Dios, gordo y macizo con cara de hogaza. Ver a aquellos buenos clérigos subir la cuesta de la Pista siempre a la misma hora después de las Vísperas en verano y del oficio de Tercia en invierno era todo un espectáculo que inspiraba veneración y ternura por el contraste de estaturas. El capellán don Valerio no levantaba diez cuartas y el deán medía algo menos de dos metros y el beneficiado Benedicto pesaba más de cien kilos el gordinflón mientras don Cristino era un jijas, tan delgado que cuando soplaba el cierzo de la sierra, parecía que se lo llevaba el aire. Detrás de los clérigos, y según una tradición que provenía del uso y costumbres catedralicias antañonas, era conveniente que caminasen los acólitos cubriendo carrera. Así que Gonzalo, Teófilo el que sería mi alfaqueque como inspector de policía en la ciudad donde yo tuve una novia y venía para casarme, que me sacó de la cárcel cuando fui llevado al talego y yo ibámos detrás. 

El oído atento, sacamos grandes provechos de lo que decían aquellos sabios. El cura chiquito era un oráculo en demonología. Satanás se transfigura en ángel de luz, decía.

─Tú ¿sabes cuantos diablos hay, Fernando?

El deán decía que muchísimos tantos como ángeles y muchos más que el número de hombres habidos y por haber y habrá desde que el mundo es mundo.

─A ver nombres, díganme nombres

─Está claro: Lucifer

─Ese es el más nombrado pero hay otros desconocidos verdaderos enemigos del género humano, epígonos de la iniquidad,

─Ya está Su Eminencia con sus palabros raros, don Valerio ─el deán Revuelta al capellán del cementerio siempre lo trataba de usted, no sabemos por qué─ No me toque los cojones

─Habla bien, Revuelta, que cuesta poco─ medió el canónigo pertiguero ─Yo lo que sé es que le llaman el Vetus, el viejo al cual se aplica el refrán de que más sabe el diablo por viejo que por el diablo

Los cuatro curas vestidos de talar con dulleta, teja y balandrán, se sentaban en una peña y allá seguía el cura chiquito con su discurso:

─Los más dañinos son Belcebú el que tentó a Jesús, Samael, Sacla, Belial, Nasbodeo y Apolión el demonio griego pero el más inicuo de toda esta cuadrilla es Ababdon el diablo judío y no miento.

─Claro que no mientes, Valerio, ese demonio el peor de todos tiene cátedra y trono en las sesiones del Vaticano II donde va de oyente y a la agachadiza. Nos van a dejar a todos con el culo al aire. Tendremos una iglesia que no la va a conocer ni la madre que la parió, dominada por Ababdon el satanás judaico, pero dame un cigarro. 

El señor deán se quedó pensativo, sacó la petaca y lió un cigarrillo, de caldo de gallina. Despues ofreció tabaco a los compañeros. El beneficiado Benedicto no fumaba. Los demás sí. Los cuatro fumaron a gusto sobre las peñas y de atardecido regresaron con paso indolente y cansino a la ciudad. Eran un ritual, un espectáculo. Algunos niños se acercaban a besarles la mano. Ellos volvían a casa en silencio conscientes de que se acababa un ciclo de que la iglesia no iba a ser la misma aunque la barca de Pedro, Cristo lo predijo, zarandeada por las olas de la tempestad, no naufragaría pero terminaba una era. Yo decidí entonces colgar la sotana sin que haya podido arrojar lejos de mí el alma de aquel pobre seminarista gordito y mofletudo, tan crédulo e inocente que fui. Ababdón el diablo judío sigue más de medio siglo después dando guerra y haciendo de las suyas en Gaza, Ucrania y en España no va más.

Jueves, 2 de octubre de 2025